La filosofía existencial y fenomenológica del ser de Martin Heidegger, despertó interés e inquietud en el hombre actual reflexionándolo sobre su naturaleza y su esencia de pensar. No es sólo la actividad de pensar, si no en el aprender a pensar. Aplicando sólo el pensar es un proceso de cognición que según Becerra (2007) implica: “intuir, idear, concebir, argumentar, razonar, creer, sentir, entender y expresarse de las personas” (p. 310).
Queremos con ello significar, que si analizando e interiorizando todas las características antes nombradas, nos damos cuenta que el hombre al pensar requiere de una acción o actividad mental, que puede ser más amplia o más profunda y que la misma se logra a través de pasos, en “la búsqueda de la naturaleza de las cosas o de su causas” (Diccionario de Educación, 1993: 146). Tenemos pues, que en la filosofía de Heidegger: “el hombre puede pensar en tanto en cuanto tiene la posibilidad de ello”. ¿Será que todavía no sabemos pensar?, o ¿tenemos miedo al pensar?.
La preocupación de Heidegger es la misma de Russell (1955) quien este último afirma que los hombres temen al pensar: “como no temen nada en la tierra: más que la ruina, más que la muerte… es destructor y terrible” (p. 253). Pero a su vez invita al hombre a no quedarse en el miedo, arrancar esa atadura que muchas veces nos detiene para actuar pensantemente en la tierra. “El pensamiento es grande, rápido y libre, la luz del mundo y la principal gloria del hombre” (p. 254).
En la historia de la filosofía, el hombre, siempre buscó la forma de aprender a pensar. El pensamiento, la razón, el logos sustituyó a la imaginación, al mito (Nuñez, 1980: 10). Ya en la Grecia antigua varios sabios, los llamados “presocráticos”, estudiaron la naturaleza como sustancia originaria de las cosas, como es el caso de la escuela de Mileto en el siglo VI. Estos pensadores comenzaron a buscar el principio fundamental del universo y sus causas cambiantes en la naturaleza y lo hacían a través del descubrir, reflexionar e investigar. Es por ello que el hombre estuvo entonces en la capacidad de pensar en sí mismo y de pensar en el mundo de las cosas que le rodea. “Es de imaginar que el hombre quedó asombrado por ese mundo interior y por ese fascinante poder que de pronto le brindaba su razón” (Albornoz, 2001: 29).
Por otra parte, los pensadores atenienses en el siglo V eran buscadores apasionados para aprender a pensar, estos podían escuchar y participar de los discursos de los sofistas (hombres vendedores de saberes) y también podían formar parte, (si así lo quisiesen), en las escuelas humanistas socráticas, platónicas o aristotélicas adaptándose a los métodos cognitivos y en donde la philia (exaltación de la actitud humana) era parte de la vida. Pero también, según Jaspers (1960) se basa en “la duda que se transforma en un saber o creer saber” (p.11).
Ahora bien, nos hacemos la siguiente pregunta: ¿Hay que volver a pensar como los griegos?, la respuesta está en el alma y mente de cada hombre. Si analizamos la actitud del hombre actual, este pareciese que necesitara recurrir al “Inter-esse” esto es, como lo plantea Heidegger: “estar en medio de y entre las cosas”, que le interese para poder pensar. Es allí, entonces cuando abre la interrogante Heidegger: ¿existe hoy todavía algo por el que el hombre no se interese?
Por tal motivo, la preocupación de Heidegger, es que el hombre no tiene interés por pensar, ni por que éste tenga las “obras de los grandes pensadores no proporciona garantía alguna de que pensemos ni siquiera de que estamos dispuesto a aprender a pensar”. No es el hecho de coleccionar a todos los grandes filósofos de la historia, sino en imitar o mejorar su método, su modo de aplicar o de enseñar el saber, para poder hacer así su propia filosofía, simplemente pensar filosóficamente. Como lo presenta Romero, 1955 citado por Albornoz, 2001: 37)
Pensar filosóficamente es siempre, por tanto pensar en esto, teniendo de algún modo presente lo otro. La presencia constante de lo otro, de todo lo que está más allá de lo que interesa de cerca en cada instante, contribuye a otorgar su peculiar matriz a la averiguación filosófica.
Visto de esta forma, la cita antes descrita se puede relacionar con la filosofía de Descartes, citado por el atlas universal de Filosofía (2006): “el hecho de pensar nos permite afirmarnos sólo como seres pensantes…” (p.780). A través del método cartesiano, el hombre que piensa trata siempre de buscar desde lo más simple hasta lo más abstracto de las cosas cotidianas de su ser para estudiarlo. Al pensar, el hombre requiere una búsqueda tanto interna como externa del saber, es un estudio minucioso para aprender o buscar la verdad, partiendo del conocer y luego en el pensar, lo que sería para los filósofos modernos una nueva lógica.
Ahora bien, Heidegger nos presenta en su escrito que: “el hombre no piensa porque lo que está por pensar le da la espalda”. De esa mencionada premisa es donde está la esencia de toda nuestra existencia, mientras más se oculta o se retire lo que se va a estudiar, más atrae al investigador para estudiarlo, en ese momento es donde protagoniza la filosofía. Depende del filósofo que el pensar no se marche, sino que lo tome, lo estudie y lo muestre a la sociedad como cosa ya trabajada. Como lo refleja en su libro Vassallo (1945) que el filosofó debe aplicar: “el temple del ánimo por una curiosidad ilimitada, universal… que con los solos poderes humanos de conocer, quiere ver por sí mismo en todas las cosas, en todas las verdades” (p.15).
Por último, es conveniente resaltar como reflexión, que si el hombre de hoy quiera pensar, que no tenga miedo y no se detenga. Pensar es amar y sentir, pero también es aprender y enseñar. El pensador- racional, el res cogitans (espíritu, alma e inteligencia) no debe dejarse guiar por lo prejuicios, dudas, anti-valores o teorías fundadas por el irracionalismo. Pensar es la única vía espiritual que el hombre debe asumir para crear propuestas significativas para la sociedad, es decir, la capacidad intelectual basada en conciencia.
“Solamente buscando las palabras se encuentran los pensamientos”
El empirismo, o conocimiento como fruto de la experiencia, abre las posibilidades para que el hombre se convierta en autodidacta de su propia vida. El hombre que experimenta es un hombre que conoce, que despeja interrogantes, que descubre el mundo. El empirismo derriba con facilidad conceptos, visiones doctrinales, religiosas y teóricas, reduciéndolas a nada, porque no son fruto de las sensaciones.
El hombre de hoy definitivamente es muy empirista, y esto lo ha llevado a sentirse protagonista de su propia historia, a descubrirse capaz, a valorarse y a creerse. El poder experimentar y descubrir el mundo a través de los sentidos es mucho más llamativo que hacerlo a través de lo que la tradición ha enseñado. Este pensamiento ha repercutido a nivel social de manera muy trascendente y sentida. De manera positiva ha valorado las culturas y las ha hecho capaces de la universalidad, ha dimensionado al hombre, no por parámetros intelectuales sino por criterios de observación y percepción. Recategoriza al hombre haciéndolo más estético, dinámico, inquieto, pero también puede hacerlo omnipotente, desconocedor de Dios, de lo espiritual y lo metafísico.
La ciencia misma, que sólo da como válido lo que es producto experimentado y comprobado, hace que lo que no corresponda a otros patrones, aunque también se sitúe en el campo científico, no sea tan valorado y tenido en cuenta. El empirismo ha sabido ganarse el espacio y cuenta con elementos muy convincentes para seguir siendo motivo válido de especulación y conocimiento.
En este sentido se presenta el racionalismo influencia de la razón, toca todos los ámbitos de la sociedad; a nivel político, económico, educativo y religioso, es el intento del hombre por querer conocer el mundo y así mismo conocerse sabiendo razonar correctamente estos aspectos que marcan la vida de un país. El hombre hoy no se conforma con recibir del medio o de algunas fuentes, un conocimiento dogmático, donde se queden estancadas sus potencialidades
El hombre de hoy definitivamente es muy empirista, y esto lo ha llevado a sentirse protagonista de su propia historia, a descubrirse capaz, a valorarse y a creerse. El poder experimentar y descubrir el mundo a través de los sentidos es mucho más llamativo que hacerlo a través de lo que la tradición ha enseñado. Este pensamiento ha repercutido a nivel social de manera muy trascendente y sentida. De manera positiva ha valorado las culturas y las ha hecho capaces de la universalidad, ha dimensionado al hombre, no por parámetros intelectuales sino por criterios de observación y percepción. Recategoriza al hombre haciéndolo más estético, dinámico, inquieto, pero también puede hacerlo omnipotente, desconocedor de Dios, de lo espiritual y lo metafísico.
La ciencia misma, que sólo da como válido lo que es producto experimentado y comprobado, hace que lo que no corresponda a otros patrones, aunque también se sitúe en el campo científico, no sea tan valorado y tenido en cuenta. El empirismo ha sabido ganarse el espacio y cuenta con elementos muy convincentes para seguir siendo motivo válido de especulación y conocimiento.
En este sentido se presenta el racionalismo influencia de la razón, toca todos los ámbitos de la sociedad; a nivel político, económico, educativo y religioso, es el intento del hombre por querer conocer el mundo y así mismo conocerse sabiendo razonar correctamente estos aspectos que marcan la vida de un país. El hombre hoy no se conforma con recibir del medio o de algunas fuentes, un conocimiento dogmático, donde se queden estancadas sus potencialidades
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